Cuanto más cantidad de agua, fibra y proteínas tenga un alimento, mayor será su capacidad para saciarnos. Pero también hay otros factores que van a influir tales como el modo en el que se cocinan y su consistencia. Por ejemplo, cuanto más al dente esté la pasta o el arroz, más no saciará (aunque si tienes problemas de indigestión mejor que te olvides de esto...).
Los alimentos ricos en grasa, a pesar de que son los más calóricos (tienen más del doble de calorías que las proteínas o los azúcares), sin embargo son los que menos pueden calmarnos el apetito. Al contrario, al hacer los alimentos más palatables muchas veces hacen que comamos hasta más porque la comida está más sabrosa.
Hay muchos mecanismos que modifican el ciclo del hambre y la saciedad, como por ejemplo los niveles de insulina que dependen a su vez principalmente del contenido en azúcares de los alimentos. Por eso es mejor tomar hidratos de carbono de absorción lenta como los cereales en lugar de azúcares de absorción rápida como los que se encuentran en los zumos de fruta. Pero otro mecanismo básico es el efecto de saciedad que se produce como consecuencia de la distensión de las paredes del estómago. La siguiente imagen ilustra muy bien como distintos grupos de alimentos con densidad energética muy variable facilitan - o no, que nos sintamos satisfechos con la misma cantidad de calorías.
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